“Puedo predecir el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de las gentes”, Isaac newton.

El poder de una imagen en la mente de las personas es más fuerte e inamovible que la constatación de un hecho. Esta verdad tan grande como una catedral ha provocado muchas burbujas económicas a lo largo de la historia. Sobre burbujas podríamos abrir una sección ex profeso hablando de ellas, porque han sido tantas y tan parecidas, partiendo todas del mismo concepto, una imagen que se forma en la mente de las gentes.

Hablaremos de una de ellas, la Compañía de los Mares del Sur, compañía que suena a novela de Emilio Salgari. Con el descubrimiento de las Américas, la llegada masiva de metales preciosos y de productos exóticos como el cacao, el tomate –qué sería sin ti el gazpacho–, el pavo real –que dice que trae mala suerte a los aristócratas–, el palo de campeche, etc., a Europa, atrajo de inmediato la mirada de las demás potencias europeas.

España les dijo… ¡eh tú! Que yo llegué primero, y lo que consigue uno solo, no se quita, como dice Santa Rita. De ahí, que durante años estas potencias, sobre todo la pérfida Albión, intentasen hacerse con el pastel ante el muro infranqueable de la corona española.

Primero fue el corsarismo, luego la toma de territorios a la fuerza (Jamaica, caribe menor, Curasao, etc) y la Guerra de Sucesión española, en la que la idea era repartirse el imperio español.

Tras la Paz de Utrech, se le concedió a los que nos quitaron Gibraltar el denominado ‘Navío de Asiento’, es decir, el derecho a comerciar con las Américas con un navío al año, que no era en realidad uno sino la 6ª flota americana. Para ello, se crea la Compañía de los Mares del Sur, para canalizar este comercio.

– ¿No te has enterado compadre?
– ¿De qué?
– Que en las américas españolas, el oro y la plata están amontonados en sus puertos como montañas de grano.
– ¡La virgen!”

Se va formando esta idea en la mente de las gentes, las de las incalculables riquezas americanas, que ya venía de antiguo. La gente comienza a comprar acciones de la Compañía…»Si hay montañas de oro esperando…¡tonto el último!»

Pero la Compañía tenía gato encerrado. Se funda en 1711 por el Lord Tesorero, Robert Harley, con el objetivo de colocar la deuda estatal que había provocado la Guerra de Sucesión Española. Como tenía el monopolio a comerciar con las américas españolas, hacía muy atractiva la inversión, porque además se ofrecía una rentabilidad del 6%, ¡a perpetuidad!, a los incautos inversores. ¿Y cómo se financia todo esto? Con las tasas y tarifas comerciales sobre los bienes importados de las Américas.

“Negocio redondo, invierto mi pasta, me dan un 6% anual hasta que me muera y me garantizan la inversión con impuestos sobre los productos que se importan, redondo, que no te enteras, contreras”.

Como la Compañía tiene una alta demanda de sus acciones, se decide desde el Gobierno british, que siga asumiendo deuda estatal. Llega el momento en el que no pudieron asumir ni la deuda estatal, ni la rentabilidad prometida, ni el comercio con las Américas era tan boyante como decían, la realidad es muy tozuda (Winston Churchill).

En 1719, se decide adquirir más deuda estatal, ¡la mitad del total! ¿Y cómo se financia la operación? Está chupado, hacemos una quita a los accionistas actuales, reduciéndole su rentabilidad al 5% y limitándola en el tiempo, hasta el año 27; y a los nuevos incautos, perdón, accionistas, darles un 4%, ¿capish? Se va gestando la burbuja, cuya ecuación sería la siguiente: (RRI + PAR) + LCE = FI

Rumores sobre riquezas incalculables (RRI), le sumo la promesa de alta rentabilidad (PAR), que incrementa el cociente con una línea de crédito estatal (LCE) que le ha otorgado el parlamento, está claro, ¿no? Frenesí inversor.

Muchos de los inversores eran políticos, a los que la Compañía le vendía a crédito las acciones, lo que trasladaba al público un halo de honorabilidad y seguridad.

De pronto, nacieron compañías parecidas con objetos sociales de lo más variopinto: producir hierro del carbón, convertir mercurio en plata; mejorar la espuma del jabón. Compañías cuyas acciones se vendía como churros un viernes santo por la mañana –cada vez veo más claro lo de las bitcoins–.

Cuando la cotización es tan alta que ya los pequeños y grandes inversores no tienen un duro para invertir, la Compañía te dice, yo te presto la pasta para que sigas invirtiendo en mí.

En aquel entonces, los pagos se hacían en agosto, y como la gente se había endeudado tanto y tan alta estaban las acciones, pensamiento cristalino, vendo parte de mis acciones, cuya cotización estaba estratosférica, para pagar mis deudas con la Compañía.

¡Chasss catapum!… Espiral descendente del precio de las acciones, espiral que provoca un efecto dominó con la quiebra de los bancos ingleses que se habían endeudado hasta las cejas para poder prestar a su vez la pasta a los incautos, perdón, accionistas.

Este castañazo provocó una onda expansiva que llegó al continente, a compañías parecidas que se crearon al calor de los Mares del Sur, como la Compañía del Mississipi francesa o similares holandesas.

En 1721, se interviene la Compañía, llevando a sus directivos a la Tower of London y a una infinidad de ahorradores a la miseria absoluta. Lo curioso del caso es que la Compañía de los Mares del Sur siguió con su función de colocar deuda estatal hasta 1850.

Finalizo con una perla: “En esta crisis, como ustedes quieren que diga, hay gente que no va a pasar ninguna dificultad”, José Luis Rodríguez Zapatero, ex presidente del Gobierno de España.

¡Cómo se repite la historia!

Javier Benítez Lázaro
CEO Globotur